
Anne nunca notó el vértigo que lo golpeaba cada vez él empujaba sus manos debajo de su blusa. Ella nunca lo notó. Si vió algo de inestabilidad en sus ojos o en su equilibrio en la cama pensó que era parte de él, parte de su repertorio.
Hoy lo supo. Él no quizo dar explicaciones. Ella trató de insistirle pero él, que estaba actuando bajo otra idea, decidió que no hablaría de ello y cambió el tema rápidamente hacia otro que la cautivaría más, que la haría consentrarse en otra cosa, aparentemente más importante. Realmente, si Jules le hubiera contado del vértigo la conversación no habría seguido el mismo ritmo ni habría llegado al mismo fin. Ella lo habría extrañado todo y él habría perdido un poco de lo mucho que había ganado hasta ese momento. Ella no debe saber del vértigo hasta que ella quiera sentirlo también.
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