Sound-Track


La señora en delantal llega a mi puesto y deja una tasa de café. "Se lo toma, ¿no?" Me pierdo en la pantalla del computador, me olvido de lo demás y sólo me concentro en lo que la pantalla me muestra, en los colores y las ilusiones que me llevan lejos en un viaje por una red infinita e inabarcable donde estoy en el mundo pero más fuera de él que nunca. Llego a todos lados y me dedico a buscar excusas y soluciones en medio de ventanas que abro y cierro una y otra vez, donde me distraigo del patético oficio de oficinista ocupado en sus papeles, con trabajo pero con el alma ociosa. Me da todo lo mismo y no quiero trabajar, los papeles se acumulan en el escritorio, una lista interminable de mails atiborra mi correo y el tiempo pasa y no parece importarme, sólo hasta el último minuto cuando es inevitable el peso del remordimiento por la responsabilidad. Todo está hecho pero hubiese preferido no hacer nada. Hubiese preferido gastar más horas de mi vida buscando cosas más interesantes para pensar... pero estoy aquí, sentado sobre mi espalda enfrente a la pantalla esperando que todo pase, que despierte de repente en mi cama y pararme e ir a la cocina y encontrar a mi madre nuevamente, como antes, haciendo el desayuno en su bata beige mientras yo restrego mis ojos para tratar de mantenerme despierto. Ella voltea, me sonríe, me abraza y me carga... "Amor, ¿por qué te levantas tan temprano?" Trato de responderle pero sólo salen palabras incoherentes y no puedo. Tengo 2 años y aún no sé hablar bien. Me aprieto a su pecho y le prometo sólo ser lo que tengo que ser en la vida que tengo por delante. Luego babeo un poco sobre ella y su voz es calmante y siento adormecerme.

Siento que ya se acerca nuevamente la señora del delantal y me acuerdo del café y corro a tomarlo aprisa. Está frío y tiene un sabor metálico, como si tuviera monedas de cobre remojando, o incluso el sabor a hierro sugería sangre. Lo tomé de un sorbo y me asqueó un poco al final, como una patada a la garganta, bajó frío e inmisericorde hasta que lo perdieron mis sentidos. Del fondo del estómago volvía como un souvenir el sabor a hierro, a cobre, sangre, a esa sustancia desconocida que infecta al café una vez se enfría.

A la hora de salir hay un afán concreto en el aire y se respira una sensación de angustia, como de una ansiedad mayor a los papeles y las carpetas que inundan los escritorios y las computadoras. Los únicos incólumes e incorruptibles por este aire de evasión son los del círculo de ingenieros, o también conocidos como el círculo de los idiotas. Y son los idiotas porque para ellos el tiempo parece detenerse al terminar el día laboral y volver a empezar para su emoción y regocijo al día siguiente a las 8 hs. Entre los analistas se destacaba Miller, quien acababa de entrar al círculo y era una de las caras sanas que aún se paseaba por los pasillos. Sin embargo en sus maneras ya se veía al maniático 'workaholic' que respiraba del aire de los libros contables y de las hojas técnicas de una cantidad innombrable de productos. Miller, a pesar de su obvia disposición a la corbata era confiable y eso de pronto lo hacía más peligroso para el momento en que el círculo lo tragara del todo. Sólo hemos hablado una vez, en una fiesta corporativa. Miller me preguntó algo estúpido pero válido a la hora de buscar conversación y de ahí en adelante hablamos hasta que nos marchamos, claro está, ayudados por varias cervezas. Miller es muy joven y hay algo en él que me parece familiar... de pronto me recuerda a mí, pero es la otra cara de la moneda. Es el mismo temperamento bajo otro signo.
Llego a la puerta del edificio y saco mi paquete de cigarrillos, saco uno y lo enciendo con cuidado de no quemarme. Toda mi vida los briquets se han convertido en artículos peligrosos al llegar a mis manos. Me acomodo el saco y camino hacia la estación. Los audífonos en su lugar y un volumen perfecto le hacen a mi camino un maravilloso sound-track.

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por A.M. BRIGANTI

brigam@gmail.com