SoMa

... todo se transforma.

Anna y Jules llegaron al check-in del pequeño hotel al lado del camino. Se acercaron y una mujer de unos 35 años con cara de 45 y de haber tenido una mala vida se les acerca y saluda con una voz tan dulce que parece mentira. Parece ser la madre de Calcuta -pues la teresita, por supuesto- hablando desde el inframundo a través de los labios de esa mujer menuda que habla con un acento québecois inconfundible.


"¿Cómo puedes saber si es de Québec? ¡Puede ser francesa o de cualquier otro lado!". "Por favor, no empieces".

"Vienen para la bienal, no es cierto? Desde que tenemos la bienal en nuestro pueblo viene gente de todos lados del mundo. ¿No es eso maravilloso?" dijo con una sonrisa nerviosa y agradable. Anna y Jules se quedaron en silencio viéndose fijamente. La mujer titubeó y acercó, aún sonriendo y esperando una respuesta, un libro verde horroroso, manchado y de hojas amarillas, muy amarillas. Anna lo miró con desprecio. "Lo siento, sé que no me incumbe... No sé que estaba pensando, qué pena, perdón" y miró hacia el suelo esta pobre mujer. "¿Dónde firmo?" dijo Anna y tomó el libro con cierto afán. La mujer, que luego no volvería a ver , rió nerviosamente una vez más y se disculpó. "Ehm... perdón... su... un momento por favor... lo siento, qué pena" y salió disparada apretando sus manos con fuerza hasta perderse detrás del counter, en medio de un pasaje oscuro. "¿Cuántas veces se tiene que disculpar?... Woman, I get it!" dijo para luego alzar la vista y ver a un hombre delgado y muy alto que apareció desde el pasaje oscuro para atendernos. Anna miró como si nada y bajó nuevamente la vista al libro para seguir buscando dónde firmar.

La habitación era oscura y olía a vejez. Anna lo percibió como olor a muerte. Pero para ella la muerte era cuestión de actitud. O sea que su expresión podía ser cualquier cosa.
Al entrar me quité los tenis y saqué una toalla del maletín. Me desvestí y entré al baño. Todo esto bajo la mirada de Anna. Se sentó en la cama y al principio se quedó mirando fijamente mis California. Me los había regalado hacía un año. Luego procedió sin mucha discreción a seguirme con la mirada. Sin darme cuenta terminé haciendo todo con cierto afán para entrar lo más pronto posible al baño y cerrar la puerta. Una vez adentro me senté sobre el toilette y escuche cuando encendió el T.V. y las risas programadas de algún programa. Ella no reía. Entré a la ducha y dejé salir el agua directamente sobre mi cabeza. Estaba fría pero supe quedarme sin que me molestara. Demoró mucho en calentarse y después de 2 minutos de agua extremamente caliente volvió a enfriarse hasta hacerme doler los huesos. Salí, me enrollé en la toalla, me senté sobre el toilette y esperé mientras veía el agua escurrir por todo mi cuerpo hasta hacer un charco a mi alrededor. Y seguí esperando hasta que presentí que ya estaba dormida. Las risas que salían del T.V. se habían detenido. Hacía un silencio ensordecedor.

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por A.M. BRIGANTI

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