Ángulos

—Creí que ya no te interesaba.

—Sí, yo también. Pero estos días, sin habérmelo propuesto, empecé a recordar todas las razones que tengo para gustar de ella.

—¿Como cuáles?

—Eh… bueno, esto va a sonar extraño: desde la primera vez que la vi (y siempre que la vuelvo a ver) su cara me recuerda a una Madonna, a una Venus, a una Flora o a una ninfa de un cuadro de Botticelli. Debe ser algo en la forma de sus ojos junto a su estructura ósea. Cada vez que caigo en cuenta de eso y cierro los ojos, se multiplican las razones para desearla.

—Bien. Por eso es que la llamas Simonetta, ¿no?

—Sí, es correcto. Por Simonetta Vespucci. La joven que Botticelli retrató continuamente en sus cuadros.

—Su musa, entonces.

—Exactamente.

—¿Dirías que tu Simonetta es la musa que inspira tus obras o lo que escribís?

—No, no lo diría. Aunque sea cierto.

—¿Te corresponde, Simonetta?

—¿Cómo habría de hacerlo! La obsesión, a diferencia del amor o el odio, es un sentimiento que nunca puede ser correspondido. Al momento en que una obsesión es correspondida, desaparece en un instante y se convierte en otra cosa: recelo, odio, apego, resentimiento, rencor, dependencia, etcétera.

—O sea que no te da ni la hora.

—Nada que ver. Sé que le gusto. A veces, sospecho que me quiere bien. Pero eso nada tiene que ver con mi fijación por ella.


Millán de Barcas. BsAs, 2009

***


Dibujarla con los dedos, sólo la punta de los dedos, recorrer toda su geografía, dibujando cada línea, cada curva y depresión de carne, se dibuja, desdibuja hasta que mi dedo se seca, se vacía de la sangre, de la tinta, el dedo agotado, respirando pestañas, sobras de piel, se estremece, se recuesta... y paciente, se adormece hasta la hora, hasta el día, en que el cuerpo vuelva a aparecer.

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por A.M. BRIGANTI

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