Coffee and Smokes

El café es el principio de todo. El café es el principio oscuro de un día que parece opacar con su violenta y trágica comedia de la vida los torbellinos de espuma que se mueven asemejando las galaxias. Derecha, izquierda... es el movimiento de lo universal. Y como todas las cosas se asemejan y se multiplican en el espacio y son reflejo de otras mismas cosas. La galaxia de espuma en el mug es un reflejo intacto del mundo, del universo, de todo lo que se mueve en profunda oscuridad.
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El café es el inicio de todo y por eso mismo es el culpable.

El olor se extendió suave y brutalmente por el apartamento y la suave intervención del sol en la mañana lo hacía tan sutil, tan agradable, tan permisivo. Era ella la que hacía el café.
Esa misma mañana mi sueño fue interrumpido por mi brazo derecho dormido, y dolor en la espalda. Esa mañana, más temprano, ella estaba a mi lado, la miré con ojos de sueño. Aún no había despertado del todo. Las imágenes de su rostro se mezclaban con las de otros más o menos reales. "Levántate y haz café. No me quedaré por mucho tiempo. Tengo que irme antes de las 10". Las diez se prolongaron en mi letargo hacía un sueño de números horizontales donde el cero descansaba en la planitud del uno y este volteaba su rostro, que siempre parece mirar hacia abajo, para decirle "Me tengo que ir". Me senté en la cama y me vino de golpe el aroma... "¡¿estás haciendo el café?!" Pregunté desde el borde de la cama con la voz aún quebrada, ahogada, acostumbrada al otro mundo. Era demasiado tarde, el olor ya se extendía por todo el apartamento. Mi cara se reacomodaba de su molde de espuma y mis pies trataban de acostumbrarse al frió del piso embaldosado de rojo. "Tengo que cortarme las uñas". Mis ojos empezaron a doler un poco. Me levanté de la cama y fui hacia el baño. Allí el desorden era insoportable, para ella, para mí era irrisorio. Era el efecto lógico de vivir solo por tanto tiempo. Cómo iba a ser que me preocupara por semejante detalle cuando el desorden en otros ámbitos era menos obvio pero más importante. El piso húmedo, el espejo sucio, la ducha sin cortina, el cepillo en cercana convivencia con la espuma de afeitar y la rasuradora... "¿dónde está?"
Luego, nuevamente otro golpe, era el olor a café derramado en la estufa. "Llamar a Juan, buscar los papeles del trabajo".
Me lavé la cara, salí y encontré sobre la mesa de noche una botella de 600ml de Coca-Cola. Cómo iba a ser que un producto de mercado -o sea, yo!- , tan propio de su generación, fuese capaz de vivir sin Coca-Cola? Bebí lo que quedaba. "Perdió el gas"
Ella corrió suavemente hacia el estómago vacío. Me tiré a la cama y di vueltas como una especie de gato logrando tirar las cobijas al suelo. "Huele a café" Me levanté rápidamente y fui a la cocineta americana de la que mis amigas estaban tan orgullosas. Allí estaba ella de espaldas con una blusa india y unos 'cacheteros' que decían en la parte de atrás ' Wake Up And Smell The Coffee '. "I just love it!" Siguió concentrada en su oficio de barista amateur urbana. Movió su cabello. Era su indicio para hacerme saber que me había escuchado pero que su oficio en el momento era más importante que verme con el pelo revuelto y las huellas de la almohada en la cara. "¿No que tenías que irte a las 10?" Me acerque al balcón, abrí la ventana. La brisa era fría pero agradable. Fumé un cigarrillo y me supo amargo. Las piernas se me erizaron. "...[gruñido]..." Miré el reloj en la pared. Eran las 12:10
Me enchuspé en el sofá y esperé. Ella salió con un mug en cada mano. Hasta ese momento no me había dado cuenta pero en su blusa de la india sin mangas estaba estampada una pintura de Klimt "Ach ja, die Musik...". Bajó la mirada hacia su pecho. Sus brazos a cada lado sosteniendo los mugs y su pecho, como siempre, era un misterio. Sus senos parecían caer suavemente por la inmensidad de su altitud y sin embargo, sus pezones miraban hacia el cielo, apuntando a las estrellas, como queriendo matarlas. Me dio uno de los mugs. Se sentó a mi lado. "¿Acaso querés que me vaya?" dijo rompiendo el armonioso sonido de los carros pasando por la avenida. "¿Por qué dices eso?" "Por lo que dijiste hace un rato" dijo mirando el balcón. "Fuiste tú la que dijo que te ibas a las 10". "No quisiste levantarte. Tuve que hacer el Café". Encendió un cigarrillo. Tomé el cigarro de entre sus dedos para pegarme un plon peque y lo llevo a mi boca. Esta vez no me supo tan amargo. Empezó a llorar. "¿Tanto quieres el cigarrillo?" reí. Las lágrimas parecían espesas masas de sal y agua que resbalaban y tuve la sensación de que le herían el rostro a medida que caían. Su mentón se elevó mientras trataba de llenar la falta de aire a través de sus dientes que brillaban más que nunca, blancos. Nunca pude entender cómo hacía para evitar que el cigarrillo y el café le mancharan los dientes. Simplemente no lo hacían. "Por favor no llores". Apagué el cigarrillo y tomé su rostro entre mis manos. Estaba ahogada en sus lágrimas. Nunca la había visto de esa forma. "Me tengo que ir". Eran las 12:51.

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por A.M. BRIGANTI

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