29.06.08

me fui hasta tu casa
aún sabiendo que no llegaríamos a nada
pero quería tocarte
y necesitaba la esperanza
y llegué a tu casa
luego de escuchar canciones sobre la galaxia
fui a tu casa
y quise tocarte
pero al tocarte sentí que
no querías que te tocara
entonces no te toqué en toda la noche
bueno, un poquito
y te hablé toda la noche
y no te toqué aunque me moría
me moría y se hacía tarde o más temprano
y no te tocaba
yo quería que me dieras una señal
y la película romántica que vimos
pondría la atmósfera
pero no paré de hablar
y yo sólo quería tocarte
y cuando iba al baño tarareaba canciones
para que cuando me fuera y estuvieras sola
en el silencio pensaras en mi voz
llenando tus espacios vacios
cantaba para que cuando me fuera la voz rebotara desde algún lado
y no tuvieras más remedio que acordarte de mí
pero se hizo mucho más tarde o aún más temprano
querías dormir
y sólo al despedirme
bajé mis manos por tu espalda,
hasta tu cintura
y sentí el calor de tocarte
y me dolió el pecho por no haberlo hecho antes
descender a tu cintura, a tus caderas
pude tocarte al saludarte
te despediste y me quedé como antes
con frío en las manos
con frío en los dedos expectantes
con dolor en el pecho
y yo, con estas ganas locas de tocarte.

***
me fui en el taxi viendo por la ventana
con esta cara de pelotudo pensante
creo que esto ya lo he vivido antes.

Specimen

Sentado en el café espero la llegada de Adam. Leo el diario y salto de un titular a otro en la sección de política. Mi gusto por asuntos políticos se resume a la teoría y cuando leo los diarios o veo las noticias en la tele, lo hago de la misma forma como si estuviera leyendo ficción –es algo que no puedo evitar.

Enciendo un pucho. Hace más de 6 meses que vengo bajándole al fumar. A Ana no le gusta verme fumar. Ella sólo fuma cuando yo lo hago y por eso me culpa.

Ya eliminé los puchos al pedo, esos que no se disfrutan, que se fuman por tener algo entre los dedos o en la boca.

Miro a una de las mesas del café y veo a una pareja que parece estar estudiando. La chica subraya líneas de sus apuntes con un resaltador. Su pucho light descansa en el borde del cenicero. El chico, está leyendo un libro que sostiene con una mano frente a su cara mientras con la otra sostiene un pucho que está a punto de acabarse. Él frunce el ceño.

Hay algo especial en los fumadores. "Por experiencia, puedo decir que en cualquier reunión suelen ser las personas más interesantes sentadas en la mesa." Eso lo dijo alguna actriz, en algún momento y tenía razón. Capaz es algo relacionado a la naturaleza de las fijaciones orales.

Tengo mi cuaderno de bocetos sobre la mesa. Miro de un lado a otro. En mi bolsillo está su número de teléfono y me pregunto por enésima vez en el día si ya es hora de llamar.

Ben dice: me gusta la palabra dubitable.

Miro a un lado y me sorprende mi propio reflejo en las ventanas del lugar. Es siempre interesante verse sorprendido por la propia imagen. Esa fracción de segundo que tu cerebro tarda en reconocer que a quien estás viendo es a vos mismo en un espejo. Es una mezcla entre asombro y terror.

Cómo será si algún día nos encontrásemos de frente, en la calle, con nuestro doppelgänger.

Una vez el corazón se calma reparo en mis facciones, en los detalles que he acomodado día a día desde que me despierto hasta que vuelvo a dormir. Esos que construyen mis ficciones y que se entrelazan; esos que son indicios de la vida misma.

En un café cerca a la facultad, Ana está sentada con el celular en la mano y la mirada perdida y concentrada en todo al mismo tiempo.

Grafomanía y frialdad

Salgo a la calle y empiezo a sentir ese malestar. Nada está mal. Es sólo el malestar otra vez y todo se vuelve denso e insoportable. Yo me soy insoportable, entre la Av. Santa Fe y la Av. Córdoba.

Entro en el salón de clases y lentamente cierro la puerta, me siento y me escurro en la silla hasta abarcar más espacio del que necesito con mis piernas. Nadie ha dicho nada. La profesora explica la teoría mientras el proyector es lo único que ilumina el salón. Nadie ha dicho nada y, sin embargo, ya siento un par de miradas que no saben qué hacer conmigo. En mi cara no hay bienvenida y ellos no pretenden ofrecerla tampoco. Sonríen ligeramente mientras con la cabeza hacia abajo se concentran en lo que sea que estén haciendo. Una mirada me busca a ratos desde el otro lado. Yo no quiero estar muy consciente de nadie pero por querer rehuirle otros ojos cortan de pronto el escaneo que hacía lentamente de una esquina del salón a otra. Ella, detuvo mis ojos sólo un instante antes de que yo pudiera retirarlos en una dirección contraria, evasivamente. Al volver sobre ella, un momento después, una leve sonrisa se dibujó en su rostro y volvía su mirada hacia la hoja blanca sobre la mesa.

Las luces se encienden y no pierdo mi postura, trato de ablandar mis expresiones pero ya es demasiado tarde. En mí, hay una confusión neurótica que no me va a dejar en paz hasta que me apague en la profundidad del sueño. Es la frialdad el malestar que no controlo. Cuánto sonreír no parece ahora lo más importante. Todo se acumula, una cosa sobre otra y no parece haber una zona franca en todo el espacio que me permita una retirada silenciosa y un regreso victorioso.

Fui yo el que empezó todo este problema. Yo, que metí mis manos desde temprano en un terreno delicado. No hubo pausas, ni muchas incisiones cuidadosas. Como meter la mano en el cerebro de una máquina y arrancar todos los cables y las conexiones que una mano puede abarcar, así procedí con valor pero sin precauciones. Confié mucho en el efecto sedante de la memoria y en la incertidumbre creciente que trae consigo el cruce de una calle y otra. Muy confiado no miré consecuencias. Ni una mirada pareció no notarlo. Estaba ahora en mí y cómo no aceptarlo. Nada había por hacer. Ni siquiera arrepentirse pues una vez que el alambrado es desajustado (o reajustado), la máquina completa lo resiente, por lo menos hasta que se acostumbra o vuelve a un estado anterior –no por ello satisfactorio. Pero esto tampoco es cuestión de una sistematización. No se trata de territorio nunca antes visto. Fue un súbito paso hacia una dirección nueva que no conoce bitácoras de referencia.

Desasosiego, eso fue lo siguiente. Salí a la calle y me fumé un cigarrillo en soledad, imaginándome como me había planeado. Por un momento todo cobró sentido, pero aún no había luces de una pronta victoria. Traté nuevamente de subir la cabeza y arquear mi espina, hasta que noté que nunca la curva de mi espalda había estado tan pronunciada. Nunca mi mentón más elevado y mis ojos y mis comisuras se esforzaban tremendamente por hacer concilio con un lenguaje pasado que pareció eficaz y al que ellos parecían haberse acostumbrado. Todo es cuestión de fuerza y de costumbre. Pero una ficción deliberada no funciona. Empobrece y sobrecarga mis sistemas. Sólo desazón puede seguir semejante empresa por el control. Por el poder, por placer de los masoquistas que te siguen pidiendo más golpes contra la pared.

Yo sólo soy un instrumento, un jugador cuya rebeldía no es más que jugar el juego que se olvidaron enseñar.

En la calle, me esquivan, parecen cederme más de su espacio para no tropezar conmigo. Unos miran con recelo y desconfianza como si fuera un persecutor. Nuevamente, es evidente que un concilio es imposible, por lo menos no hasta que pueda volver a apagarme en la profundidad del sueño y elimine tanta frialdad.

Haibun (de origen)

Buscaba una forma de decir las cosas. No habían párrafos que sirvieran. "¡Demasiado! Hacelo y ya..." Pero todo se complica. Uno se volvieron dos y entonces, cuando todo pasaba, no había nada que decir. Ella no paraba de hablar y yo no paraba de no-moverme. Súbita fue la despedida y en ese momento... ¡Pop!

Nadie lo vió venir. Yo sólo esperaba a que alguien dijera algo. Y así volví a mi vida donde la había dejado. Junto a una palabra, simple y abierta que se sustenta día a día en la suposición de que haya algo que decir (o experimentar).
Ella seguirá esparando a que yo la invite. Pero ella, la otra, la que parecía distante, siempre estuvo cerca, al voltear de una esquina, con las palabras justas, con las que bastan.
¿Cómo sabía que volvería a ella?
Ella los trajo también. Para llenar mís días, las horas.

"Dubitable... me gusta esa palabra" -dice Ben. "En inglés es dubious"

Fulgor acuoso
en la noche--
la puerta abierta.

Tamed Fox

No hay zorros que domar
Y así se alejan los días
No hay saltos que extrañar
Y así no hay noche ni día
No hay latidos que ahogar
Sólo campos sin vida
Es la noche de día
Mil pasos sin vía
No hay quien aguante la vida
Si no hay saltos en el campo
Si no hay pasos sobre el pasto
Si no hay zorros que domar.

por A.M. BRIGANTI

brigam@gmail.com